He visto morir
Imponentes. Majestuosas. Admirables. Idénticas cual gemelas. Irrumpen en el diáfano cielo estival con su metálica presencia. Como el Titanic, aparentemente invulnerables. Se elevan cual vigÃas en un galeón. Se alzan sobre la bahÃa, una junto a la otra. Colosales. Dos hermanas que dominan el paisaje y acaparan las miradas. Siamesas unidas por una arteria. Tiesas. Erguidas como la guardia real.
De pronto, un estruendo. Humo negro. Gritos. Un volcán en erupción. Desconcierto. Paradoja: son dos puntos cardinales, sin embargo reina la desorientación. Más gritos. Estupor. Nada que hacer. Daño irreversible. Ya no hay vuelta atrás, las cartas están echadas. El tiempo parece detenerse en ese instante. Incredulidad. Como un juguete a control remoto, un avión se dirige a la meta: se inmola contra una de las torres. Parece ficción. Hollywood. Nosotros, espectadores. Una pelÃcula en vivo.
Polvo. El aire se torna irrespirable. Arriba es peor. El calor, la desesperación. No hay salida. No hay escapatoria. Una pesadilla. El pánico conduce a la locura. Como hojas en otoño los cuerpos caen al vacÃo. Escapan de la muerte, sin embargo se dirigen directo al encuentro de su abrazo fatal. Golpes secos. No se ve con claridad, pero se sabe exactamente qué significan esos sonidos. Como granizo encendido caen desde ese infierno en las alturas escombros, papeles y cenizas. Se oyen sirenas, pero no enamoran con su canto. Por el contrario, presagian la muerte. Tragedia.
Ruidos extraños, temibles. Anticipan lo impostergable. Estructuras que ceden. Pisos que se hunden. Como Goliat, el gigante se derrumba. Parece derretirse, se funde. Finalmente, tras una corta agonÃa, sucumbe. Ruido ensordecedor. Ruinas. Luego, el silencio desolador. Espanto. VÃctimas inocentes. Muerte. Llantos desgarradores, desesperados. Búsquedas infructuosas. Impotencia. Dolor. Lágrimas. Hoy, he visto morir.
De pronto, un estruendo. Humo negro. Gritos. Un volcán en erupción. Desconcierto. Paradoja: son dos puntos cardinales, sin embargo reina la desorientación. Más gritos. Estupor. Nada que hacer. Daño irreversible. Ya no hay vuelta atrás, las cartas están echadas. El tiempo parece detenerse en ese instante. Incredulidad. Como un juguete a control remoto, un avión se dirige a la meta: se inmola contra una de las torres. Parece ficción. Hollywood. Nosotros, espectadores. Una pelÃcula en vivo.
Polvo. El aire se torna irrespirable. Arriba es peor. El calor, la desesperación. No hay salida. No hay escapatoria. Una pesadilla. El pánico conduce a la locura. Como hojas en otoño los cuerpos caen al vacÃo. Escapan de la muerte, sin embargo se dirigen directo al encuentro de su abrazo fatal. Golpes secos. No se ve con claridad, pero se sabe exactamente qué significan esos sonidos. Como granizo encendido caen desde ese infierno en las alturas escombros, papeles y cenizas. Se oyen sirenas, pero no enamoran con su canto. Por el contrario, presagian la muerte. Tragedia.
Ruidos extraños, temibles. Anticipan lo impostergable. Estructuras que ceden. Pisos que se hunden. Como Goliat, el gigante se derrumba. Parece derretirse, se funde. Finalmente, tras una corta agonÃa, sucumbe. Ruido ensordecedor. Ruinas. Luego, el silencio desolador. Espanto. VÃctimas inocentes. Muerte. Llantos desgarradores, desesperados. Búsquedas infructuosas. Impotencia. Dolor. Lágrimas. Hoy, he visto morir.
Esto lo escribà a dÃas del 11 de septiembre del 2001. Hoy, 3 años después quiero compartirlo con ustedes.
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